Dirección: Wim Wenders
Guion: Wim Wenders / Peter Handke
Producción: Road Movies Filmproduktion / Argos Films
Fotografía: Henri Alekan
Montaje: Peter Przygodda
Música: Jürgen Knieper
Reparto: Bruno Ganz / Solveig Dommartin / Otto Sander / Peter Falk
Duración: 128 min
País: Alemania
Dos ángeles pululan por el cielo de la ciudad de Berlín. Su ocupación es muy sencilla, pues tan solo observan los pensamientos de la gente. En la calle, en el metro, en los parques, en las azoteas. Cualquier lugar es válido. Si detectan que andan con el ánimo decaído, tratan de insuflar cierta vitalidad. Tienen para ellos el don de la inmortalidad. Sin embargo, un buen día Damiel, uno de nuestros ángeles custodio, se enamorará de una solitaria trapecista. Anhelará volver a sentir lo que sienten los humanos: leer el periódico, pasear por el parque, tomar café, charlar con tu madre, enamorarte.
Wim Wenders exponía en 1987 la que probablemente sea una de sus obras con mayor prestigio internacional, lo cual no significa que estemos, ni mucho menos, ante su mejor película. De hecho, apenas tres años antes, había tejido una lírica y desgarradora historia titulada Paris, Texas (1984), una película única y especial que barre, en todos los sentidos, a El cielo sobre Berlín. En todo caso, Wim Wenders simboliza junto a Rainer Werner Fassbinder y Werner Herzog el florecimiento del cine alemán de los años setenta y ochenta. Este dato no es casual, pues Wenders tiene una virtud, la captura de imágenes preciosas, que muy pocos atesoran. La flaqueza de este film viene dada por el hecho de que la lírica visual existe, está presente, pero no va acompañada de una profundidad narrativa que nos sumerja de lleno en este agridulce relato.
Como película situada en su contexto, tiene el logro de haber sabido plasmar la realidad que acompañaba al Berlín de los ochenta, una ciudad dividida literalmente en dos. Además, he de reconocer que los relatos sobre grandes ciudades siempre me han gustado. Hay tantas historias, tantas situaciones, tantas anécdotas, tantos náufragos a la deriva, tantos felices encuentros, tanta alegría, tanta tristeza, tantas cosas. Nueva York, París, Roma, Madrid, Londres, Los Ángeles. Y aquí… Berlín. El autor añade otro muro a los límites de esta ciudad, aquel que divide entre lo celestial y lo terrenal. Me cautivan las imágenes. Me aburre, eso sí, la pedantería filosófica que acompaña a este film. Esto no quita para que algunas de las reflexiones de ciertos personajes sean sobresalientes. Y las inquietudes, dudas y temores que acompañan a Marion son, de largo, lo mejor de la película. Un personaje espléndido para una película irregular y sobrevalorada.