Carla’s song (1996)

carlas_song_ver1Dirección: Ken Loach
Guion:
 Paul Laverty 

Producción: Alta Films / Channel Four Films
Fotografía: Barry Ackroyd
Montaje: Jonathan Morris 
Música: George Fenton 
Reparto: Oyanka Cabezas / Robert Carlyle / Scott Glenn / Salvador Spinoza
Duración: 127 min
País: Reino Unido 

Nicaragua fue uno de esos experimentos a los que acostumbró la política exterior estadounidense durante la Guerra Fría. Erradicar la semilla del comunismo, evitar la influencia soviética en territorio americano e instalar un régimen dictatorial servil a los intereses norteamericanos. El icono de esta estrategia del shock fue Chile, pero hubo otros países que, como Nicaragua, también tuvieron que sufrir las nefastas consecuencias (miles de vidas humanas de por medio) de todo ello. En este pequeño país centroamericano, el verdugo de turno fue Somoza. Pero cayó, cayó en 1979 tras el estallido de la Revolución Sandinista. Este régimen, de arraigada base popular, luchó contra viento y marea durante la década de 1980. No solo soportó las inclemencias económicas y sociales como consecuencia del bloqueo económico de Reagan, sino que se desangró en una guerra civil alentada por los Estados Unidos, financiando estos a la Contra, en uno de los periodos más tristes del país. La propia Corte Internacional de Justicia reconocía, en una sentencia célebre (27 de junio de 1986), el apoyo armado de los Estados Unidos, derrotado pues no solo moralmente, sino también en base al Derecho Internacional.

En mitad de este conflicto se inserta esta preciosa película. La firma Ken Loach, uno de esos cineastas a quien nadie puede tildar de timorato. Lleva la reivindicación política en su cine, y se agradece. Puede que sea, junto a Constantin Costa-Gavras y Gillo Pontecorvo, el tercero de esta especie de trinidad del cine político. Pocos se han atrevido a denunciar lo sucedido en Nicaragua. Aquí lo hace en base a un guion de Paul Laverty, dando pie así a un tándem (Laverty & Loach) que ha legado una buena lista de películas. A pesar de la implicación del guionista en el proyecto, pues trabajó a pie de campo -defendiendo los Derechos Humanos- en Nicaragua durante los 80, lo cierto es que el relato presenta distintas flaquezas. Tiene un punto panfletario que no me agrada. Perdonable, en cualquier caso. La clave de bóveda es una bonita historia de amor entre un acertado Robert Carlyle y casi una actriz amateur como Oyanka Cabezas, quien, conviene decirlo, lo hace muy bien en esta película. Sin embargo, lo que subyace aquí es mostrar la impúdica actitud norteamericana en territorio nicaragüense. Y la muestran. A ratos muy acertadamente, a ratos… cogida con alfileres.

En todo caso, más allá de las limitaciones que pueda presentar este film, destaco la valentía de Carla’s song. Es la prueba palpable del dolor. Le pone cara al sufrimiento, a las lágrimas. Son las terribles consecuencias humanas de una política ideada por unos señores que, vistiendo buenos trajes y aliviados por el aire acondicionado de sus despachos, no dudaron en lanzarse hacia la vergüenza. Vergüenza de la que huyó Scott Glenn, secundario de lujo aquí y en tantas otras películas. Pero, repito, no nos perdamos: una historia emotiva, llena de sentimiento y cargada de buenas intenciones. La escena final, canción incluida, es muy bonita.

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‘Ben-Hur’. Épica.

936full-ben--hur-poster«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen.»

Ben-Hur es la majestuosidad hecha cine. Es Charlon Heston dignificando la  profesión de actor cuando ríe, ama, sufre, sangra, odia y llora al encarnar a Judá Ben-Hur. Es Mesala, uno de los malvados más perverso que nos ha brindado el séptimo arte. Es la virtud de William Wyler y el arte de Miklós Rózsa. Es una colosal carrera de cuadrigas. Es dolor, odio y venganza. Es perdón y misericordia. Es un buen hombre dando de beber a otro buen hombre. Es la épica servida en todo su esplendor.

9/10

‘Carlos, le film’. Joya histórica.

Primero de todo, destacar que se nota, y mucho, que ‘Carlos’, en su génesis, no tenía por objeto tener una duración que no llegará  a las tres horas y se estrenara comercialmente como una peli más. Aquí, en esta cinta, únicamente reside la esencia del original, difuminándose incluso ésta entre los tajos y saltos del metraje a los que se ve abocado el espectador.

Con todo, ‘Carlos’ nos habla de la figura de Ilich Ramírez Sánchez, un sanguinario terrorista, antiimperialista de origen, mercenario reconvertido. Se relata con brío y ferviente acción los inicios del personaje, sus primeros golpes, su férrea moral internacionalista y su desparpajo para la oratoria. Son artes que domina, se mueve bien entre discursos, fuego cruzado y mujeres. Incluso tiene ese don de rockstar, admirado por la fotogenia. Pronto, entre asesinatos a sangre fría y secuestros en la OPEP, presenciaremos la subida al estrellato de ese izquierdista belicoso aspirante a «Che» Guevara.

Luego llega la desorientación en el camino, difuminándose todo entre dólares ensangrentados, politiqueo de segunda, luchas intestinas y buena vida. El guerrillero pasa a ser mercenario, luchando por causas que ya ni siquiera le son cercanas. Todo se desvirtúa en la vida de Carlos, atenazado por la soledad del asesino, aislado por un nuevo orden mundial que ya no le necesita, temeroso de los lobos agazapados que aguardan para el ataque.

En fin, Olivier Assayas ha estado ambicioso, aunque habrá que esperar a presenciar el macroproyecto original para ajusticiarlo como es debido. Su punto fuerte, sin duda alguna, es el increíble relato histórico que nos ha narrado aquí, un documento de gran calado acerca de una época, que va no sólo de la pujanza de la extrema izquierda en Europa, sino también de la causa palestina o las intestinas lógicas que mueven a los movimientos islamistas. También se describen las interacciones entre terroristas y la clase política del momento (de distintas partes del Globo) dentro del contexto internacional, y en fin, también la del mercenario de a pie, el señor de la guerra sin escrúpulos. Resumiendo, una joya histórica que, no obstante, habrá que enjuiciar a partir de su original. Aquí se nos deja una buena pincelada de este histórico personaje, de esta época histórica.

7.5/10

‘The king’s speech’. Realeza plebeya.

Tom Hooper insiste, dentro del encaprichamiento del cine con la realeza británica, en retratar a ésta desde el lado más humano posible, acercándonos  íntimamente a la figura de Jorge VI, primero Duque de York. Desde Wembley en 1928 hasta el memorable discurso final en 1939, padeceremos por la frágil voz del personaje, sintiendo lástima por él, por tener que cargar con esa losa a sus espaldas ostentando tan alta representación. Obviamente, toda esa compasión derivará de la bondad relativa con la que se perfila al monarca, a cuyas cualidades tan humanas rendiremos pleitesía por la peculiar relación entablada entre éste y Lionel Logue, un logopeda fuera de lo común.

‘The king’s speech’ presenta una factura técnica impecable, es cierto. Gran ambientación, correcta dirección, estimable fotografía, atinada banda sonora y unas sensacionales interpretaciones, resaltando un Geoffrey Rush acertado así como un Colin Firth en estado de gracia. La recreación histórica es excelente, dándonos los destellos precisos para situarnos de manera muy fidedigna en el período de entreguerras.

A pesar de todo, no es una película que me llene, emocionalmente hablando. Es humana, es sensible, es entrañable. Pero, a decir verdad, me importan tres pepinos si Jorge VI sufría de tartamudez, y si ésto le quitaba el sueño.  Aunque lo dicho: ese problemón aquí lo dibujan a la perfección, por lo que supongo que, en líneas generales, gustará. Más aún si te apasiona el dulce, pues el sirope no falta en tan caramelizado retrato. Así que veánla.

‘El caso Winslow’. La guerra amarilla.

David Mamet, sensacional guionista y notable director, adaptaba para la gran pantalla la obra teatral ‘The Winslow boy’ (1946) de Terence Rattigan, siguiendo así la estela de Anthony Asquith, quién en 1948 plasmó por primera vez la historia de los Winslow en el mundo del celuloide. El centro gravitatorio gira nuevamente en torno a la inesperada noticia del robo de cinco chelines por parte del menor de los Winslow. La conmoción que ocasionará en su padre servirá para alzar, de este modo, el telón e invitarnos a contemplar la aguerrida y devastadora contienda que enfrentará a éste con la mismísima Corona.

‘El caso Winslow’ es una historia pequeña, con unos diálogos magníficos y un guión formidable, que además cuenta con una excelente ambientación, la cual te permite sumergirte (principalmete por el papel de la hija) en esa Inglaterra de principios de siglo veinte, con una sociedad eminentemente machista, una Cámara de los Lores que pedía a gritos la igualdad y una feminista convencida de su lucha por el sufragismo universal. No olvidemos la aparición del amarillismo en la prensa o la importancia de la opinión pública. Complementos todos ellos de una despiadada lucha personal que cabalga a lomos de una soberbia exasperante que arrasa con todo lo que encuentra a su paso (terrible debacle familiar) y que encarna el personaje patriarcal al que da vida, de una manera fabulosa, el bueno de Nigel Hawthorne. Un fino, elegante y pulcro aire inglés acaba por bordear este calculado ejercicio de soberbia y orgullo elaborado por David Mamet. El resultado es gustoso de ver.

 

 

‘La última estación’. Agradable pincelada de una célebre vida.

Leo Tolstói era el objeto de esta historia de tintes biográficos narrada por Charles Horman con muy buen gusto y agilidad en el ritmo (aunque el montaje chirría un tanto). Centrándose en el último año de su vida, nos sumergimos en la dinámica diaria del personaje, en los entresijos de la finca de Yasnaya Polyana, lugar en el que tantas horas le gustaba pasar al escritor. Allí, pronto comprobamos, que nada fácil resulta ser un hombre de tal peso. La vida campestre y rural, alejada de materialismos, y dogmatizada con mano férrea por el movimiento tolstoiano (gran interpretación de Paul Giamatti), choca de frente con las avaricias y anhelos personales de la Condesa, la esposa del susodicho escritor.

Egoísmos, avaricias, pomposidades y dogmatismos. Todo se retrata aquí, junto y revuelto. Sirve el personaje de Valentin Bulgakov (otra gran interpretación) como excusa ideal para adentrarnos en la vida de ese célebre escritor, relatando brillantemente el dilema de quién trata de finalizar su existencia encontrando el equilibrio entre el dogma, los asuntos mundanos y, principalmente, el amor. Porque, para mí, ‘La última estación’ no es más que una historia de amor. Un amor crepuscular, el de Tólstoi y la Condesa, que deja paso a un amor naciente, el que sienten los jóvenes Bulgakov y Masha  (una excelente Kerry Condon).

El resultado es una agradable película que se ve con gusto (se añade, además, algún toque de comicidad al asunto), que se digiere fácil, pues posee agilidad, frescura y mucha «naturalidad» en su retrato. No roza, eso sí, salvando quizás las interpretaciones, la grandiosidad. Con todo, buena película.

‘Faubourg 36’. El teatro, amores y desamores.

En primer lugar, destacar lo aberrante del título dado al film aquí, en España. Menudas manías, y qué listo es el marketing, aprovechándose de un reclamo como París para dar nombre a una película que, en su original (Faubourg 36), nada tiene que ver con ese ‘París, París’ grotesco.

Dicho esto, continuamos. Estamos en la convulsa Francia del 36. En una situación que sin rozar los extremos que condujeron a la guerra en el país vecino, España, sí que producía, en cambio, bastante confrontación y conflicto social. Las ilusiones, las esperanzas despositadas por gran parte del pueblo francés en el Front Populaire encabezado por Léon Blum, chocaba con los vestigios fascistas franceses de aquella década. En definitiva, un marco arisco, cargado de tensión y, no olvidemos que estamos en los 30, de gran desempleo y pobreza. Así se encuentran los empleados de un barrio obrero del norte de París. Alguno de esos trabajadores, como nuestro protagonista, Pigoil, lleva toda la vida dedicada al teatro Chansonia. Un teatro clausurado por el cacique del distrito. Pero que con la ilusión, la fuerza y el coraje de los trabajadores será reabierto.

‘Fauborg 36’ es un canto al teatro. Un canto a la vida. A la felicidad y tristeza que acompasa a ésta. A sus amores y desamores. A esa cotidianidad tan miserable que se vivió en aquellos tiempos en el Barrio donde se ambienta el film. Se combina ello con la heroica situación que vivieron esos trabajadores, que sin nada que llevarse a la boca, decidieron, pese a todo, levantar su pasión, su ilusión, el teatro. Todo acaba bañado por una capa de sirope que nos endulza tan amarga historia.

El problema de trasfondo, no es otro que el cineasta firmante del film, de nombre Christophe Barratier, que apuntaba muy buenas maneras gracias a sus chicos del coro. Por tanto, ‘Faubourg 36 ‘, es una película que coges con grandes expectativas. Y eso juega en su contra. No es que Barratier haya caído, de repente, en el estrépito. Ni mucho menos. Tampoco es una película que roce el tedio. Sin embargo, le falta algo para ser una de las grandes, para emocionar y entusiasmar de verdad (algo que parecía ya exigírsele). Pese a todo, este tributo al teatro, y a la vida, realizado con puro sentimiento, está bien.  

‘El maestro de esgrima’. La gloriosa estocada.

Son los tiempos en los que la Gloriosa comienza a gestarse en las calles de Madrid. El descrédito de Isabel II, principalmente por razones de alcoba, es total. Su función simbólica, como monarca del Reino, ha quedado en nada. La expulsión borbónica a manos de Prim es una realidad inminente. En este contexto, se sitúa Don Jaime de Astarloa, uno de los maestros de esgrima más notables de la ciudad.

‘El maestro de esgrima’ es una original historia en la que la Revolución del 68 servirá como caldo de cultivo para construir un laberinto del que no le será fácil salir a Omero Antonutti, el personaje principal. Un hombre de una nobleza ya en decadencia, con un honor intacto y un amor apesumbrado que siente por Assumpta Serna, una de sus nuevas discípulas. Una mujer que hará tambalear la antimundana existencia del maestro para meterlo de lleno en la cruda realidad de la época, hilvanando un juego misterioso entre ambos, en el que pronto se entremezclarán excelentes secundarios como Joaquim de Almeida, Miguel Rellán o Alberto Closas.

Como decimos, peculiar y novedosa cinta, cargada de amor e intriga, con un trasfondo de agitación política, de conflicto de intereses y traiciones, en la que la esgrima y la sangre derramada servirán como vehículo a un argumento que nunca decae. Gran película.

‘El rey pasmado’. Gabino en los brazos del pecado.

Gabino Diego interpreta, en esta cinta de Imanol Uribe, a un monarca español jovial y bobalicón. Es Fernando IV, un veinteañero al que poco importa la Batalla de Flandes, o la llegada de las fragatas de las Indias Occidentales a Trafalgar, pues acaba de descubrir a la mujer, hablando genéricamente. Concretando un poco más, con la ayuda del Conde de la Peña Andrada, un grandioso Eusebio Poncela, ha caído en los brazos del pecado por primera vez, quedando pasmado ante la belleza de la puta Marfisa, para desgracia de un sector importante de la Iglesia de aquel entonces, en el que destaca el padre Villaescusa.

‘El rey pasmado’ es una película fresca, alegre y divertida, cargada de escenas ingeniosas, que esconde detrás de tanto puterío cortesano, y no cortesano, de tanta teología, tanto de unos (Almeida) como de otros (Juan Diego), una feroz crítica, con un sútil tono irónico, a la Iglesia más rancia de todos los tiempos. Esa Iglesia que representa magistralmente el personaje de Juan Diego. Esa Iglesia inquisidora que imperó durante gran parte de la Edad Media. Es una historia que habla acerca de las monarquías absolutas que anduvieron por nuestro Reino en tiempos pasados. Una historia de religión, monarquía y tradición. De cómo, casi siempre, iban de la mano unas con otras. Privando de la libertad, tanto moral como terrenal, a los hombres (y ya no digo a las sumisas mujeres). Pero ahí está el prendado de Gabino. Con esa cara de tontorrón, abobado por el sexo, deseoso de intimar con su Reina. Dispuesto a romper con la tradición y el orden imperante. Abocado hacia el libertinaje. Iluso, aún quedaban (¿quedan?) años de sumisión ante la Ley Divina. Recomendable.

‘Ágora’. Vida y obra de Hypatia.

Amenábar nos lleva a la Alejandría decandete del siglo IV. Allí, Hypatia, una joven filósofa y astrónoma, da clases magistrales a sus alumnos, jóvenes de clase alta. Entre ellos, se encuentra Orestes, un joven pagano e inconformista que siente amor por su maestra. El mismo amor que siente Davo, su esclavo, por ella.

Esa historia de amores entrelazados, se ve cerrada por un amor inmenso, el amor más grande de todos. El amor de Hypatia por el saber, por el conocimiento. Hypatia entregará su vida y devoción a la filosofía y astronomía, impidiendo así el amor carnal.

Sin embargo, esta historia de amores cruzados se verá perturbada por un contexto nada lúgubre en comparación con lo que se avecinaba en siglos posteriores. El cristianismo acaba de salir a la luz. Sus creyentes ya no son perseguidos ni crucificados. Ahora, en la Alejandría romana, conviven los cultos paganos con el cristianismo y el judaísmo.

Sin embargo, poco durará la convivencia pacífica. Una ofensa de los cristianos frente a los dioses paganos, provocará una reacción represora de éstos, iniciando así un combate que desembocará con los paganos asediados tras sus murallas, protegiendo con su honor la biblioteca de Alejandría. Pero los romanos se decantarán  en favor de los cristianos, obligando a abandonar su biblioteca a los paganos.

La batalla habrá sido perdida para los paganos, el cristianismo habrá borrado de su lista de rivales a éstos. Hypatia, se sumergirá en el dolor más profundo al abandonar ese templo del saber que era la biblioteca. Ahora, durante un tiempo, existirá una paz forzada en Alejandría. Los paganos serán reconvertidos al cristianismo. Uno de ellos, Orestes, llegará a ser Prefecto romano gracias a ello.

Poco durará la paz. El afán universalista de los cristianos, representado en la figura del obispo de Alejandría, Cirilo, pronto le llevará  a enfrentarse a los judíos. Éstos serán expulsados. Los cristianos, gracias a la instauración del miedo y a la intolerancia, la representada tanto por Cirilo como por Amonio, el líder de los parabolanos, y gracias a las piedras y a la sangre derramada por sus espadas, serán los dueños de la ciudad.

Sólo un problema, el poder civil. El poder del Prefecto Orestes. Un antiguo alumno de Hypatia, su gran amor. Pronto, Cirilo descubrirá el camino más fácil para derrumbar a su único enemigo para alzarse con el poder total, atacar a Hypatia. Tergiversará y manipulará las palabras de Dios a su interés. El Prefecto deberá claudicar, arrodillarse a sus pies. Hypatia, abandonada, morirá. Davo, su amante en silencio, le ayudará a ello.

Gran obra histórica la diseñada en esta ocasión por Amenábar. Nos llevará a la vida y obra de Hypatia. Una vida y obra marcada por la astronomía y la filosofía. Una vida entregada al saber y a la ciencia. Una vida contrapuesta al pensamiento único cristiano. Ese pensamiento universalista que ya comenzaba a recrudecer sus actos y actitudes, y del que Hypatia fue víctima. Bonita historia de amores perdidos, de sueños desvanecidos. Y un claro culpable de todo ello: el cristianismo. Peliculón.