‘Torrente 4: lethal crisis’. Segura, eres un sinvergüenza.

Nueva vuelta de tuerca al manido personaje barrigudo y casposo que redunda en sus aspectos más cutres y zafios, aunque ahora ya sin ningún tipo de originalidad (oh qué cosa!), ingenio o gracia. La caricatura ácida de las dos primeras entregas se desvirtúa aquí totalmente, desenmascarando al friki de Santiago Segura, quien ya no puede negar a nadie que se mete a hacer cositas así sólo por una cosa: la pasta.

Llamar película a este bodrio es todo un alarde de atrevimiento y desfachatez. Sería hacerle un flaco favor al séptimo arte. No hay coherencia ninguna en su historia. Nada es lineal, quedando todo muy salteado. Sería como un especial de José Mota, el típico de nochevieja, sólo que con mucha menos calidad y gracia que aquel, además de ser monotemático al materializar sus gags: homofobia, racismo, pajillas, tetas y culos. Lamentable ejercicio de lucro.

0.5/10

‘Girl with a pearl earring’. El mundo de Vermeer.

Estamos en pleno siglo XVII. Ciudad de Delft, Holanda. Griet, una joven muchacha, se despide de su familia. Nunca pensaron que llegarían hasta tal extremo, pero la vida es así. Su padre, un buen pintor de cerámica azul (propia de dicha ciudad), quedó ciego, por lo que el dinero dejó de entrar en la casa en la forma en que lo hacía con anterioridad. No tuvieron más remedio pues que enviar a servir a la muchacha. Fue acogida, como sirviente, en casa de los Vermeer.

Olivia Hetreed, en el guión, y Peter Webber, en la dirección, resolvían, a su modo, el misterio que envuelve la identidad de la muchacha que inspiró al gran Vermeer, para pintar una auténtica obra maestra del siglo XVII holandés: la joven de la perla. Tal tarea se resolvía de un modo excepcional, contando con una factura técnica de altos vuelos, impregnada ésta por la pulcritud que caracteriza al cine británico para con este tipo de cintas. La ambientación es digna de admiración, la música es precisa, el vestuario está realmente conseguido y la fotografía es más que notable. A todo ello, le sumamos una dirección correcta, más unos actores de primer nivel (Colin Firth, Scarlett Johansson o Tom Wilkinson) que escenifican, con tino y esmero, los entresijos, a medio camino entre la ficción y el arte, que busca resolver, la tal Olivia Hetreed, desde el guión.

En fin, cinta notable que se ve con gusto, sumergiendo al espectador en una catarsis sentimental, cimentada en un guión sin fisuras que ahonda en el tema sin darse uno cuenta, de la que saldrá un lienzo (cinematográfico) equilibrado, detallista y milimétrico. Noventa escasos minutos de buen cine.

7.5/10 

‘In Bruges’. Tan graciosa como hiriente, tan idílica como tenebrosa.

Mientras escribo estas líneas, me asomo por la ventana y veo el cielo nublado, gris y melancólico de la preciosa Brujas. A mí, como a Ralph Fiennes (Harry Waters), esta ciudad me parece un placer para los sentidos. Es una ciudad de «cuento de hadas, con su esencia medieval, sus calles adoquinadas, sus palacios, sus canales, su arquitectura gótica». Todo, muy de postal.

El caso es que a élla han ido a parar dos sicarios de poca monta. Son Ken (Brendan Gleeson) y Ray (Colin Farrell). Un trabajo les salió mal, y Harry (el jefe) los mandó a las sinuosas calles de Brujas a encontrar refugio, alejándolos de la caótica London. Ken está encantado con la ciudad, le parece idílica. A Ray le parece un estercolero, pues es de esas ciudades en que la diversión es sumisa a la cultura, y eso no va con él. Lo que ambos no saben es que ni bonita ni aburrida, pues pronto, Brujas, se convertirá en tinieblas.

A partir de esta premisa, comienza el recital de Martin McDonagh (no es de la tourist info de aquí, sino director de cine). La cinta tiene un buen perfil de personajes, gavitando en torno a dos almas errantes que comienzan ahogarse en sus penurias, desorientados por esa vida que ellos eligieron (o que les tocó elegir). Se establece una relación, de estilo paternal, entre el matón veterano y el inexperto que enciende la empatía del espectador para con estos dos refugiados, condimentándose todo con un trasfondo idílico (Brujas), determinados personajes secundarios (amiguita, enanos y demás), así como por una voz llegada a través del teléfono que dinamitará la historia: «hazlo», dijo Harry.

La asfixia de estos náufragos es relatada de un modo excepcional por Martin McDonagh. Se sirve de una brillante factura técnica (gran fotografía, pues la ciudad se presta para ello), así como de unas interpretaciones brindadas en estado de gracia por actores de peso. Pero, sobre todo, del ingenio y la originalidad que rezuma su historia. Alternando humor, acción y drama, el cineasta consigue un cocktail que le da vigor y pulso a su narrativa, no perdiendo nunca el norte de vista: Brujas es un regalo, algo que ver… antes de morir.

8/10 

‘Field of dreams’. Empalagosa.

Costner, por lo visto, tuvo una adolescencia jodida. Eran los años 60 y al tío le dio por ponerse rebelde. Tanto que a los 16 años se marchó de casa, discutiendo a malas con su padre. Ahora, pasado el tiempo, la vida le ha tratado bien: está felizmente casado, tiene una hija y es propietario de una extensa y productiva granja. Lo malo es que no consigue perdonarse aquel resentimiento que le guardó a su padre, una espinita que jamás ha logrado quitarse, ni perdonarse. Una voz parecerá abrirle el camino de la reconciliación en forma de campo de béisbol, ese deporte del que tanto les gustaba hablar (y jugar) a su padre y a él mismo.

Pastelona historia que ahondaba en el tema de las relaciones conflictivas padres/hijos, pero desde una perspectiva excesivamente sensiblera. Gravitando en torno al mundo del béisbol, éste servía de excusa ideal para que una vocecita se clavara como un punzón en el coco de Kevin, moviendo éste, a partir de entonces, una serie de piezas (jugadores sancionados; escritor pacifista; médico de pueblo) que acabarán por completar este azucarado puzzle. Culmina con una emotiva escena final, con sirope a mansalva de por medio, que cierra el sueño de paz (interior) del pobre Costner. Lo dicho, a quien le guste el dulce, esta es su película.

Con todo, la pregunta del millón: ¿Cómo consiguió estar nominada a mejor película y guión en los Oscars del 89?

5.5/10

‘Malice’. Entre la satisfacción y la decepción.

Bill Pullman, Alec Baldwin y Nicole Kidman (cuando todavía era natural y atractiva) en el cartel, ahí es nada. ¿La historia? Una joven pareja de tortolitos, justita de dinero, decide alquilar una habitación a un antiguo compañero de instituto, cirujano, ahora, de profesión. Todo, en medio de un trasfondo brutal, con un asesino en serie suelto en mitad de la ciudad.

Espesa historia de indentidades esquivas la aquí propuesta por Aaron Sorkin y Scott Frank, materializada en pantalla por Harold Becker. Tiene en su haber una tensión manifiesta que no decae en ningún momento. A uno le intriga saber qué hay detrás de este complejo juego, cuáles son las piezas y cómo se han movido. Picas el cebo y sigues con inquietud cada paso dado en la trama, pensando que estás a puntito de presenciar una atractiva intriga que posiblemente acabe por lastimar tus sufridas uñas.

¿El problema? Pues que el film va adentrándose, poco a poco, en el lodo. Es decir, conociendo el trabajo de Aaron Sorkin, supongo que el guión no tendrá laguna alguna, quedando todo bien hilado. No obstante, una cosa no quita la otra, así que la idea de enlazar el misterio de un asesino en serie con las interacciones de la tríada protagonista, no acaba de casar muy bien. La pujanza incial va aminorando progresivamente, y lo mucho del principio acaba por convertirse en lo poco del final. ¿En medio? Pues sí, un gozoso entretenimiento (la finalidad del film) debido a una trama compacta, pero rebuscada.

Con todo, cinta correcta que no pasará a la historia del cine, pero sí, al menos, entretendrá la velada. A pesar de que se permite el lujo de poner en nómina a gente con el caché de Kidman, Pullman o Sorkin, no busquen aquí una obra maestra, porque, básicamente, no la hay. Entiéndanla como una intriga comercial cuya historia busca abarcar más de lo que se puede permitir, quizás con la idea de obtener esa impronta de calidad innecesaria para con este tipo de productos, dejando como resultado final un extraña sensación, mezcla ésta de satisfacción y decepción.

6.5/10

‘The ghost and the darkness’. Leónes y cazadores.

William Goldman, reputado guionista (aquí en su vertiente más comercial), nos traslada a la África de finales del siglo XIX, a través del personaje de John Patterson (Val Kilmer), un ingeniero puesto al servicio de la Corona británica y encargado de la construcción de un puente que cruce el río Tsavo, en tierras africanas. El objetivo último de ese capitalismo voraz y desenfrenado que representa a la perfección Tom Wilkinson no es otro que mantener la cabeza en la carrera por colonizar los territorios de un continente castigado por las fechorías del hombre blanco desde siglos atrás. Y ahí le va el oficio y el honor al pobre de Val Kilmer.

¿Cuál es el problema? Esto es África, muchachos. Es decir, la cinta descansa en el topicazo (increíble el safari inicial a lomos del ferrocarril) para elaborar una historia que gravite en torno a la peligrosidad que tiene para los hombres un animal tan salvaje como el león. No se trata aquí de retratar al león de a pie, no. Aquí son mega-leones, auténticos monstruos de la naturaleza que matan y comen por placer, no por hambre. Ello provocará el terror entre los habitantes del poblado, con la consiguiente demora en el trabajo del ingeniero, teniendo que encargarse éste, escopeta en mano, de resolver los problemas de seguridad de sus trabajadores.

En fin, historia a medio camino entre el terror y la aventura que ostenta como carta de presentación una factura técnica más que decente. Promete bastante al inicio, creando una atmósfera creíble a partir de la cual poder explicitar la acción (o el terror). No obstante, falla precisamente ahí. Una vez entra en escena el productor ejecutivo de la cinta, sí Michael Douglas, todo se viene abajo. La tensión existente al inicio comienza a esfumarse, la rutina de la que les imposible evadirse a Stephen Hopkins se apodera de la pantalla, y la caza acaba por convertirse en monotonía.

Irregular cinta que entretiene a ratos y que no acaba por definirse dentro del género de terror con animales (o derivados) de por medio. Esto es, no es una joya como ‘Jaws’ (1974) o ‘Jurassic park’ (1993), pero tampoco es tan cutre como ‘Anaconda’ (1997) o ‘Mandíbulas’ (1999). Un año después de su estreno, apareció un producto similar pero con un punto más de nivel: ‘The edge’ (1997).

5.5/10 

‘Maverick’. Póker y humor en el far west.

Una timba de póker es el motor de combustión de esta cinta. A Maverick, un especialista en el juego, le restan tres mil dólares para pagar la inscripción de la misma, y tiene previsto hacerlo como sea, aunque el destino no se lo pondrá nada fácil al irrumpir en su rutina gente como Annabelle Bransford (Jodie Foster), una timadora muy sutil, o el español Angel, un intrigante Alfred Molina.

Sin grandes pretensiones se mueve la historia del reputado guionista William Goldman (‘Marathon man’ 1976), quién rescata, para la gran pantalla, al personaje de Maverick con tal de brindarnos un western que gravita en torno al mundo del póker, y que le viene como anillo al dedo a un clásico del género de acción como Richard Donner, quién narra con oficio y soltura las andanzas del cómico personaje principal al que da vida un acertado Mel Gibson, el cual repartirá cartel con Jodie Foster, James Garner y James Coburn, conformando así un auténtico lujo de reparto que atina en sus simpáticas interpretaciones. 

Film cargado de humor, buenos diálogos y  una verborrea desenfrenada (por parte de Maverick), que destila total complicidad con las desventuras aquí narradas, al tiempo que nos encandila con tal peculiar affaire sentimental entre Foster y Gibson, para regalarnos una timba final de altos vuelos, acompañada de un par de giros últimos del todo logrados que suponen el colofón a tan agraciada historia.

7/10

‘No country for old men’. Así (de violenta) es la vida.

‘No country for old men’ gravita su historia en torno a la desorientada mente del Sheriff Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones). Un tipo anclado en el pasado, al que le gusta evocar con nostalgia los viejos tiempos. Tiempos en los que ni siquiera el representante de la justicia y la ley necesitaba llevar arma para ejercer su trabajo. Ahora, todo ha cambiado. Lo sabe cuando lee las crónicas de sucesos de los periódicos. Violencia y más violencia. Sin atisbo de racionalidad en élla. Pero todavía se hunde más en su profunda melancolía cuando se pone el traje de servicio, y presencia casos como el de Llewelyn Moss, un tipo que por avatares del destino acabó en el lugar más inadecuado, haciendo lo más inoportuno: robar dos millones de dólares en mitad de una auténtica carnicería humana. ¿Quién hay detrás de este ensangrentado dinero? Banqueros, gente bien, narcotraficantes. Quién sabe. El caso es que han puesto precio a su cabeza, con tal de recuperar el botín perdido. Y el encargado de liquidarlo es Anton Chigurh, un psicópata encauzado a sicario.

Todo ello da firmeza a un thriller poderoso en el que tanto el narcotráfico, los sicarios y la ley, interactúan y mueven sus piezas conforme a las andanzas y desventuras del pobre Josh Brolin. La factura técnica presentada es intachable, destacando la excelsa labor de Roger Deakins en la fotografía. El guión no tiene fisuras, siendo narrado de modo magistral por parte de los hermanos, quiénes exponen la barbarie de un modo tan armonioso como hiriente, tan plácido como sanguinario.

El país retratado por los hermanos Coen no está hecho para los viejos. Pero tampoco es de la medida de los jóvenes. Es un mundo desolador, cruel y violento, sacado de los pensamientos oscuros de Cormac McCarthy, y plasmado en los inhóspitos parajes que proporciona el desierto de Texas. La violencia se apodera de la pantalla en todo momento (paradigmático el papel de Javier Bardem), deparándonos un paisaje desgarrador, claustrofóbico y asfixiante en el que no hay ninguna pausa para coger aire, ni para los protagonistas ni para el espectador, pues la agonía es crónica. En fin, cinta densa, angosta y perturbadora, que difícilmente dejará indiferente a nadie una vez haya presenciado el aterrador recital de los Coen.

8/10

‘The river wild’. Vengan y disfruten de un fin de semana en el río.

Me gusta ‘Río salvaje’. Posee una historia, mezcla de acción, aventuras y thriller, que no destaca por su originalidad ni complejidad. No obstante, sin ser nada del otro mundo, el cocktail aquí presentado cumple con creces la tarea que tenía encomendada: entretener al personal. ¿La receta? Sencilla, idílicas vacaciones (en este caso, serpenteando un río) convertidas en tu peor pesadilla.

Manufacturada por un notable cineasta como Curtis Hanson, la cinta irradia tensión, bien latente bien manifiesta, en cada plano. Nos contagia la angustiosa experiencia a la que es sometida la adorable familia (con sus riñas sentimentales y demás) por parte de los temidos bandoleros. A ello súmenle la pizca de  adrenalina inherente al descenso de tan peligroso río. Combinando en su narración, el cineasta, las dos historias simultáneas (descenso y rapto) que gravitan en torno a la idea de la supervivencia, de un modo más que digno, aún sin olvidar para los postres, el puntito de sirope requerido con este tipo de productos.

Todo ello se apoya en unas unas meritorias interpretaciones provenientes de un cuarteto protagonista de lujo: Kevin Bacon, dentro del registro en el que mejor se maneja: haciendo de malo; Meryl Streep, cumple a pesar de rozar la anciandad para este tipo de cintas; John C. Reilly, hace de malo/bueno, ya saben cómo va esto; David Strathairn, actorazo que aquí se daba el gustazo de hacer de papi/héroe. A ellos se les une Joseph Mazzello (sí, el chaval de Jurassic Park), como paradigma de la inocencia perturbada. En fin, cinta comercial que, comparada con otros peñazos de temática y finalidad similar, es un oasis en mitad del desierto.

6.5/10

‘Just cause’. Trampa judicial.

Un macabro crimen (violación y asesinato de una niña de 11 años) conduce al corredor de la muerte a Bobby Earl (Blair Underwood). Él se confiesa inocente, afirmando no haber cometido tal acto y vociferando que fueron los agentes locales, principalmente Tanny Brown (Laurence Fishburne), quienes le obligaron a punta de pistola a declararse culpable. Desamparado y terminal, solicitará la ayuda de Paul Armstrong (Sean Connery). Éste luchará, en plan detective privado, por la vida del muchacho, buscando fallos e irregularidades tanto en la detención como en el consiguiente proceso judicial con el fin de salvarle el pellejo. ¿La clave de bóveda? Ed Harris, un loco sanguinario.

Rutinaria intriga judicial en la que Sean Connery se pone al servicio de la justicia y la ley. La primera media hora, sin ser nada del otro mundo, apunta maneras. El angosto y claustrofóbico mundo que rodea al condenado desprende veracidad, impregnándose cierta asfixia en nuestro cocotero. Sin embargo, la última media hora se adentra en la chabacanería, la incoherencia y la trampa fácil. Guión engañoso y pretencioso que hace que ‘Just Cause’ se sitúe en mitad de la nada, esto es, ni siendo un convincente drama judicial, ni tampoco un inquietante thriller. En fin, chapuza comercial puesta al servicio del lucimiento personal del Sir.

5/10