‘Hollywood ending’. Endiablada sátira.

Esta es la historia ficticia de un director de cine acabado, cual Peter Bogdanovich (en tono real). Poseedor de dos Oscar al mejor director, las estatuillas cogen polvo en un cajón de sastre mientras el antaño esplendoroso cineasta rueda spots televisivos para llegar a fin de mes. Sin embargo, la fortuna está a punto de sonreírle. Su ex, una actriz que le abandonó por un adinerado productor, ha pensado en él para dirigir la última obra producida por su marido. Sin nada que perder, y con una aguda hipocondría a sus espaldas, el susodicho director, cual Michael Cimino, aceptará el cargo.  

Woody Allen satiriza el mundo que envuelve a la gran industria cinematográfica enclavada en los cálidos parajes californianos. La historia se torna tan redundante como divertida. Toda película del maestro neoyorquino posee algún momento formidable, plasmado en verdadero estado de gracia. ‘Un final made in Hollywood’ no podía ser menos. No obstante, uno sonríe más que ríe con esta película. Le noto cierta falta de chispa, cierta irregularidad. 

En cualquier caso, el maestro Allen no requiere de carta de presentación. Aún siendo una de sus obras menores, si les gusta (intuyo que sí) el peculiar gusto por la comedia del cineasta, no lo duden y láncense a disfrutar con esta película. El polifacético autor no se anda con rodeos, cachondeándose de compañeros, amigos, enemigos y hasta de sí mismo. 

7/10

‘Hugo’. Fantasía hecha cine.

Hugo era hijo de relojero y, como tal, le fascinaba ese mundo que giraba en torno a la mecánica, las piezas, sus funciones y los resultados. Una mañana su padre le traerá un autómata averiado, y ambos se inmiscuirán en su reparación. Sin embargo, un fatídico día le sobrevendrá la peor noticia de todas, el fallecimiento de su padre. Hugo quedará huérfano, viviendo con su tío en una estación de ferrocarriles parisina. Desde ese momento, Hugo tan sólo respirará, sentirá y vivirá para conseguir que el autómata funcione, esperando así, cosas de la inocencia pueril, poder comunicarse con su padre por última vez.

Esta cinta supone una nueva joya en la carrera cinematográfica de Martin Scorsese. Una nueva pieza maestra, una singularidad más que añadir a su extenso currículo. La factura técnica es abrumadora (brillante fotografía), talentosa. Martin y su equipo consiguen recrear el París de entreguerras de un modo tan bello, tan hermoso, que acaba por magnetizar nuestra atención, cautivos ya ante el poder visual que desprende ‘Hugo’, rendidos a sus pies, dispuestos a escuchar, a presenciar la historia que pretende contarnos.

Película entrañable. Un sentido homenaje, cargado de añoranza y dulzor, hacia esa cosa llamada séptimo arte. Martin Scorsese juega sus cartas con maestría, engatusando al espectador sutilmente (quizás excesivamente), arrastrándolo hacia un misterio que acaba por resolverse de un modo mágico, esplendoroso, en la figura de un, hasta entonces, pobre y desangelado hombre. Todo a través de la mirada y vivencia de un muchacho que a partir del dolor, de la pérdida paterna, nos hará vivir una aventura encomiable, rodeada de libros, salas de cine, bibliotecas, dibujos y cinematógrafos. Descubriendo así, casi por casualidad, un mundo repleto de sueños del que jamás lograría escapar. 

8/10

‘My week with Marylin’. Frívola reencarnación.

Marylin Monroe, recién casada con el bueno de Arthur Miller, aterriza en Inglaterra dispuesta a rodar ‘El príncipe y la corista’ (1957), en compañía y bajo las órdenes de Laurence Olivier. Corre el año 1956 y, por ese entonces, un joven apuesto, Colin Clark, está decidido a hacerse un hueco en el mundo del cine, sin saber todavía que su corazón está a punto de caer rendido ante los encantos de la rubia.

Película menor, ligera y frívola. El choque entre Sir Laurence y Marylin termina por convertirse en algo secundario para el espectador (las reflexiones de Oliver son del todo periféricas), pues todo se focaliza en torno al inestable carácter de la actriz, interpretada maravillosamente por Michelle Williams, y en cómo ello da cabida a una incipiente relación, a un romance, un tanto carente de sentimiento, con el guaperas de Eddie Redmayne, interpretando este a Colin Clark.

En definitiva, un producto elegante, sofisticado y pulcro. Todo está muy bien, el problema viene dado por una historia con pocas pretensiones, más allá de servir para el lucimiento personal de Michelle Williams al encarnar a una de las divas de la historia del séptimo arte.

7/10

‘The artist’. El cine como motivo de vida (II).

Michel Hazanavicius, del que hasta la fecha nada sabía, se ha convertido en el auténtico referente del año 2011. Su nombre, y el de su película, aparece en todas las quinielas relativas a los grandes premios (especialmente, Globos de Oro y Oscar). Faltará ver si lo remata, aunque estando los Weinstein de por medio, parece cosa fácil. En cualquier caso, tiene merecida la recompensa brindada por la ola inflacionista que se ha montado a su alrededor.

Bien, a lo que vamos. El cineasta consigue aquí una obra muy agradecida de ver. Estamos en el año 1927, y George Valentin es un auténtico astro del cine mudo. Sus fans corretean detrás de él, la prensa se muere por sacar una estampa suya, la querida esposa vive a tutiplén, y los productores de la Kinograph permanecen encantados con «la máquina de hacer dinero». Sin embargo, ahí está, ha llegado, es el progreso tecnológico. ¡Oh! ¡Los actores hablan! ¡No más gesticulaciones! ¡Abrán paso a las nuevas generaciones! Y el pobre Valentin, lleno de orgullo, se quedó fuera de sitio, viendo como se pasaba de una época a otra en apenas un par de meses. Y en ese tránsito, brilla con luz propia Peppy Miller, antaño admiradora y extra en las cintas de George, ahora auténtica musa de Hollywood. 

‘The artist’ es un enternecedor homenaje al cine. Hazanavicius destripa las glorias y las miserias del mismo, o sea se Hollywoodland, a través del personaje a quien da vida un fabuloso Jean Dujardin. Repite la fórmula de ‘Sunset boulevard’ (1950), aunque de un modo más «original» y cómico, sin caer en el drama y la tristeza profunda. Ahí juega un papel fundamental Peppy, una de las sorpresas del año, es decir, Bérénice Bejo. Nadie duda ya de su telegenia, de su encantadora interpretación. Esa estoica lucha en no dejar caer al antaño mito, arengada por la nostalgia, por el romanticismo, por un amor (casi) platónico, es una de las claves de bóveda de esta cinta. 

En fin, bonita historia que supone un sentido homenaje al cine, sustentado todo en uno de los idilios más tierno de la temporada.

8/10  

‘También la lluvia’. Pedagógico drama social.

Cine dentro del cine. Es la premisa seguida por Icíar Bollaín y Paul Laverty, quienes nos trasladan a la geografía boliviana con el pretexto del rodaje de un film con el fin de presentarnos una misma historia, la denuncia al colonialismo, a través de dos vertientes distintas: la conquista del nuevo mundo por parte de los españoles se yuxtapone con el imperialismo de las multinacionales de hoy en día. Aquél se hacía en nombre de Dios. Éste en nombre del capital, la productividad y el beneficio.

Y todo se nos presenta al compás de una serie de personajes que forman parte del equipo técnico y artístico de la película en marcha (la del nuevo mundo), quienes a través de sus interacciones en el rodaje (y fuera de él) con los autóctonos, acabarán por tomar posiciones y concienciarse de la calamitosa existencia inflingida por el capital sobre la población indígena de Cochabamba.

‘También la lluvia’ es una película bienintencionada que, como hemos dicho, se hace eco del pasado para moralizar en aquello que dice que hay que aprender, en el presente, de los errores pasados para no caer de nuevo en ellos. Trata de abrir los ojos al espectador, buscando mostrar una realidad más humana y cualitativa del conflicto indígena de Bolivia, a fin de levantar la empatía del espectador, alejándose de números y análisis de coste/beneficio. Bollaín hurga en la herida abierta de un modo pedagógico y sencillo, pues alecciona a los urbanitas occidentales gracias al efectismo que produce la presencia de los ya mencionados artistas y técnicos en aquel escenario.

El resultado final es el de una película descompasada que no acaba de cuajar. Busca abarcar demasiado, quedando su mensaje un tanto hueco en todas las dimensiones en las que se nos ha intentado mostrar. La película alza el vuelo cuando tira por la vía del conflicto del agua, sin embargo cojea con el rodaje reminiscente del genocidio cristiano de siglos pasados, así como por los supuestos dilemas morales del equipo técnico y artístico allí desplazado, volviéndose paradigmática de estas flaquezas narrativas la mutación de Tosar, que por precipitada, innecesaria y mal presentada, ni conmueve ni es creíble.

El mensaje es claro, sincero y necesario. La forma de transmitirlo, sin embargo, no ha sido la apropiada (a años luz, por ejemplo, del mejor Costa-Gavras). Irregular.

7/10