‘Broken blossoms’. Amor en Limehouse.

El hombre amarillo es un hombre muy bondadoso en su China natal. Rinde culto a Buda y actúa conforme a sus imperativos. Poseedor de los impulsos inherentes a la juventud, el hombre amarillo quiere recorrer kilómetros, ver mundo y arreglarlo. Harto del universalismo belicoso de Occidente, sobre todo de Gran Bretaña, el hombre amarillo quiere propugnar su mensaje espiritual y pacífico.

En Londres, el hombre amarillo no tendrá fortuna. Se topará con la realidad en Limehouse, un barrio humilde por aquel entonces. Será, despectivamente, un chino más. Con su opio, su té y su comercio.

Lucy no ha recorrido mundo. Es más, parece poco probable que haya salido alguna vez de Limehouse. Tiene una atormentada vida a causa de los malos tratos a los que la somete el tirano alcohólico de su padre. Su vida es un deambular por el barrio de manera pública, y una esclavitud y subordinación espectacular en la esfera privada, en su casa.

Estas dos almas en pena de Limehouse, se conocerán fortuitamente y se enamorarán. Sus corazones gélidos y oscuros, como nos relata Griffin, buscarán en los rincones más profundos para encontrar algo de calor. Será un amor puro, un amor que nadie podrá borrar, un amor que rescatará a sus poseedores, porque aunque la vida sea dura, se hace más llevadera con amor.

Sin embargo, el tirano de su padre entrará de nuevo en escena. Un chino con su hija es una ofensa imperdonable. Una ofensa que se paga con la vida de Lucy. Una vida que vengará el hombre amarillo. Un sentimiento de culpa, el del hombre amarillo, que le conducirá hacia el más allá. El pobre hombre amarillo que llegaba con todas sus buenas intenciones, a propugnar la vida espiritual, alejada de la violencia física y verbal, caerá en las trampas, en las redes del juego. Ya nada se podrá hacer. Era un amor destinado a perecer. Sin embargo, este tipo de amores siempre perduran. Griffin nos lo ha recordado brindándonos una de las más bonitas historias de amor que yo haya visto en el mundo del cine.

8/10

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