‘A.I. Artificial intelligence’. Fastuosa.

Fastuosa obra en clave futurista esbozada antaño por Stanley Kubrick y materializada finalmente por el Rey de Hollywood: Steven Spielberg. Con ‘AI’ viajamos a un futuro, no muy lejano, en el que las multinacionales de la electrónica han conseguido insertar en nuestra sociedad a los «meca», robots diseñados a imagen y semejanza de sus creadores. A través de la figura de David, una joya científica pues es el primer niño meca, el cineasta nos cautiva con una sencilla, en el buen sentido de la palabra, historia de amor. El amor que siente ese robot por su madre, expresado en una fidelidad eterna que conlleva consigo una explosión mezcla de sentimientos a flor de piel, ternura y pena. Un amor que supone una aventura para el entrañable David en busca de esa hada azul que sea capaz de convertirlo en un niño de verdad, un niño al que su madre pueda amar de la misma forma con la que él lo hace.

Esta lacrimógena historia se ubicará en un contexto magistral. En él encontraremos una sociedad que sienta sus bases en lo artificial, en los avances tecnológicos. La sociedad descrita por Spielberg está desalmada, desarraigada. Los humanos buscan acomodo entre los meca, despejando en ellos su vacío sentimental (la figura de Jude Law como amante, o la del propio David como niño adorable). Además, también comprobamos como los propios individuos se vuelven contra su creación, contra las máquinas. Son perseguidas, torturadas y aniquiladas. Tiene su punto de conexión con la célebre ‘Blade runner’. Si allí los androides luchaban por alargar su vida al tiempo que huían de sus cazadores, aquí lo que mueve a David  no es la inmortalidad (pues ya la posee), sino el poder conseguir el cariño de su madre, huyendo también él, al igual que los androides de ‘Blade runner’, de la cruel y miserable caza humana. En cualquier caso, la empatía del espectador hacia los róbots resalta en ambas dos, poniendo pues el dedo en la llaga e incitando a la reflexión, pues la comparativa entre máquinas (como esclavos del sistema que son) y cualquier otro sector marginal de nuestra sociedad no resulta descabellada ni lejana.

La historia de ese niño-androide, mezcla ella de Marco y Pinocchio, es acompañada con un contexto futurista veritablemente logrado, con una fastuosidad y calidad visual que suponen todo un derroche creativo del artesano que se encuentra tras la cámara. Además, a través de él podemos alejarnos un tanto del centro de la trama para gravitar por su entorno y captar la reflexión a la que trata de incitar el cineasta con tal magna creación. Sin duda, ‘AI’ es una joya del cine, una maravilla visual puesta al servicio de una gran historia. Eso sí, le sobran los últimos veinte minutos. El final debía estar en esa noria, en esa nave sumergida, en esas aguas oceánicas. Nada mejor que eso representaba la amarga sensación de ese niño que quiere pero no puede. El dolor perpetuo de quien se sabe esclavo de su propia condición, incapaz él de alcanzar la condición humana. Sin embargo, Steven Spielberg (quizás auspiciado por los grandes bolsillos hollywoodenses) derrochó sirope a mansalva, endulzando con éste tan amargo trago.

Spoiler

A pesar de todo, el trago es amargo. Se le da la oportunidad de pasar un día con su madre, de disfrutar con su compañía y poder dormir plácidamente junto a su lado de una manera eterna (con la paradoja de que nunca más ya volverá a despertar). Es decir, el cameo con unos extraterrestres que están de más en esta película, no sirve para alejar a David de su triste destino. Sí que sirve, en cambio, para darle un toque colorido final al film, un happy end ciertamente peculiar. Sobraba.

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