‘Garden State’. Pues bien.

Nueva incursión en el tema de las parejas sentimentales. Esta vez, se combina con la decadencia familiar sufrida por dos jóvenes. El es Andrew. Salió de su ciudad camino a L.A, escapando de la figura de su padre, escapando de un trágico suceso que rompió por completo el nido familiar, la felicidad. Ella es Samantha. No pudo huír. Su mente hace aguas por los cuatro costados debido también a un infancia, a una socialización, un tanto peculiar dentro de su nicho familiar. Ahora se han conocido. Es su hora, ¿podrá el amor nacido entre ellos redimirlos de su pasado neurótico y farmacológico? Suena todo al clásico tema de ‘Los Secretos’, aquello que decía así «…de mis cenizas un árbol he plantado, su fruto ha dado y, desde hoy, algo ha empezado…«.

Es cierto que el tema del amor, las parejas y demás, ya está bastante cascado. Puede que sea uno de los géneros más explotados por la industria cinematográfica (tanto americana como europea). Dentro de esa inmensa cantidad de cintas, hay joyas que lucen como ninguna al igual que hay basura de cuyo hedor huyes al primer plano. ‘Garden State’ se situaría en la frontera de ambas. No es ninguna gran película, tampoco es bazofia.

Es una película pretenciosa que trata de ser rompedora (difícil serlo en este tema). Trata de serlo poniendo todo el ingenio de Zach Braff al servicio de un guión que no es más que un sucedáneo de personajes variopintos. Véase, por ejemplo, al protagonista masculino, quién no es más que una caricatura hiperbólica del joven depresivo acomodado en la clase media de nuestro sistema, cuyo logro más importante en su carrera cinematográfica es la de haber interpretado a un quarterback retrasado mental. No se queda corta la protagonista femenina (Portman hace una interpretación horrenda), cuyo hogar está inundado de hámsters, lo que quizás provoque el hecho de que ella sea una mentirosa compulsiva y le de por hacer gilipolleces del palo lalala, uh uh uh, etcétera (obviamente, se da por sentado que está no es la casuística idónea). De los secundarios… qué decir. Estrafalarios a más no poder. Desde el pavo que fuma pipa con su madre y colecciona cromos de la Tormenta del desierto (¡tiene a Dick Chenney!) pasando por el tío que vendió la patente del belcro silencioso pudiéndosa comprar una mansión de la hostia donde dar rienda suelta a su vena fornicadora, hasta llegar al tipo que vive en un barco en medio de… una falla enorme! En fin, acidez y humor negro para retratar una parte de la sociedad estadounidense de nuestro tiempo y enclavar en ella una historia de amor peculiar, estrafalaria y personal. Pues bien, eso es lo que hay.

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