In the bedroom (2001)

in the bedroomDirector: Todd Field
Guion: Todd Field / Robert Festinger (Historia: Andre Dubus)
Producción: Miramax / Greenstreet Films / Good Machine Production
Fotografía: Antonio Calvache
Montaje: Frank Reynolds
Música: Thomas Newman  
Reparto: Tom Wilkinson / Sissy Spacek / Marisa Tomei / Nick Stahl / William Mapother
Duración: 130 min
País: Estados Unidos 

Todd Field lanzaba un puñetazo seco allá por el 2001. Lo hacía con In the bedroom, un relato lleno de inquietud y turbiedad que, en el fondo, no era más que una angosta y sudorosa pesadilla. Situando su punto de mira en un tranquilo vecindario del Estado de Maine, el cineasta expone las rutinas diarias de sus habitantes y añade el matiz de las relaciones sentimentales como punto de quiebra: ahí es donde entra en acción Marisa Tomei y su enamoramiento con un joven como Nick Stahl. Son las primeras piezas de la partida, distrayendo la atención del espectador a la espera de que arrecien con fuerza los dos verdaderos titanes de este film, Tom Wilkinson y Sissy Spacek, padres desolados por la tragedia.

¿Qué harían si su hijo fuese asesinado? Es una pregunta asquerosa, terrorífica. Pero, en esencia, es el núcleo duro de esta narración. Una narración que avanza de manera implacable. El autor, Todd Field, no parece un novato (aunque lo es), pues mide los tiempos a la perfección. El resultado es un guion sobrio que se plasma sobre la pantalla deliberadamente de un modo gélido, hiriente. La fotografía de Antonio Calvache te atrapa sutilmente entre los oscuros secretos que azotan a este plácido vecindario, mientras que la partitura de Thomas Newman termina por conmocionar nuestro ánimo. Este devastador huracán no podría avanzar, claro está, de no ser por el empuje que ofrece un reparto formidable: Nick Stahl, Marisa Tomei, Sissy Spacek, Tom Wilkinson y William Mapother.  

Una película perturbadora. La escena final es terrible. Igual que hiciera posteriormente con la poderosa Juegos secretos (2006), Todd Field exhibe una obra en la que resaltan las sombras y los misterios por encima de cualquier otro aspecto. Heridas que nunca cicatrizarán. Una ópera prima, en definitiva, angustiosa y cargada de malestar. No creo que deje indiferente a nadie. 

in the bed

‘Batman begins’. Bienvenidos a Gotham.

Gotham es una ciudad depravada, ejemplo claro de que el sistema tiene sus deficiencias. Cada esquina está infestada de inmundicia, pobreza y dolor. Los cimientos que sostienen a tan magna ciudad están a punto de resquebrajarse por la vía de la economía, dadas las asombrosas diferencias interclasistas en temas de renta. Bien lo sabe Thomas Wayne, un empresario filántropo que no escatimará dólares en aras de modernizar la ciudad. Una regeneración justa, en la que ninguno de sus conciudadanos quede excluido. Por desgracia, sus planes no pasarán la línea de las buenas intenciones cuando la tragedia se cruce en su camino.

Christopher Nolan se atrevía con el reto de volver a dar vida a uno de los estandartes del mundo del cómic, pues hablamos del mismísimo hombre murciélago. El gran Tim Burton había hecho lo propio de un modo excepcional allá por 1989, mientras que Joel Schumacher no lograba igualar los méritos del mismo en la tercera y cuarta entrega de la saga. ¿Dónde colocar al nuevo Batman? En lo más alto del escalafón, sin duda. La trilogía del Batman moderno diseñada por Nolan arrancaba de un modo soberbio gracias a estos orígenes.

Era el prólogo idóneo, adentrando al espectador en la infancia de un Bruce Wayne marcado por la fatalidad y los temores. Los pasos del joven multimillonario, apresado por la ira y el afán de venganza, eran erráticos, descuidados e insanos. Fue la voz de su eterno amor, Rachel Dawes, la que transformó al penitente vagabundo en el caballero oscuro, aquel que entregaría toda su existencia al servicio del proyecto iniciado por su padre: salvar a Gotham de la injusticia.

La Warner acertaba con este fastuoso proyecto. Desde la dirección, pasando por el guión, la fotografía o la música, hasta llegar al casting. Todo es sinónimo de tino en esta película, pues rebosa calidad y oficio. Este Batman sabe entremezclar a la perfección la profundidad de la historia con la tensión narrativa, encajando bien el drama con la acción. En fin, no nos perdamos en los detalles y vayamos a lo realmente importante: vean esta película.

8.5/10  

‘Girl with a pearl earring’. El mundo de Vermeer.

Estamos en pleno siglo XVII. Ciudad de Delft, Holanda. Griet, una joven muchacha, se despide de su familia. Nunca pensaron que llegarían hasta tal extremo, pero la vida es así. Su padre, un buen pintor de cerámica azul (propia de dicha ciudad), quedó ciego, por lo que el dinero dejó de entrar en la casa en la forma en que lo hacía con anterioridad. No tuvieron más remedio pues que enviar a servir a la muchacha. Fue acogida, como sirviente, en casa de los Vermeer.

Olivia Hetreed, en el guión, y Peter Webber, en la dirección, resolvían, a su modo, el misterio que envuelve la identidad de la muchacha que inspiró al gran Vermeer, para pintar una auténtica obra maestra del siglo XVII holandés: la joven de la perla. Tal tarea se resolvía de un modo excepcional, contando con una factura técnica de altos vuelos, impregnada ésta por la pulcritud que caracteriza al cine británico para con este tipo de cintas. La ambientación es digna de admiración, la música es precisa, el vestuario está realmente conseguido y la fotografía es más que notable. A todo ello, le sumamos una dirección correcta, más unos actores de primer nivel (Colin Firth, Scarlett Johansson o Tom Wilkinson) que escenifican, con tino y esmero, los entresijos, a medio camino entre la ficción y el arte, que busca resolver, la tal Olivia Hetreed, desde el guión.

En fin, cinta notable que se ve con gusto, sumergiendo al espectador en una catarsis sentimental, cimentada en un guión sin fisuras que ahonda en el tema sin darse uno cuenta, de la que saldrá un lienzo (cinematográfico) equilibrado, detallista y milimétrico. Noventa escasos minutos de buen cine.

7.5/10 

‘The ghost and the darkness’. Leónes y cazadores.

William Goldman, reputado guionista (aquí en su vertiente más comercial), nos traslada a la África de finales del siglo XIX, a través del personaje de John Patterson (Val Kilmer), un ingeniero puesto al servicio de la Corona británica y encargado de la construcción de un puente que cruce el río Tsavo, en tierras africanas. El objetivo último de ese capitalismo voraz y desenfrenado que representa a la perfección Tom Wilkinson no es otro que mantener la cabeza en la carrera por colonizar los territorios de un continente castigado por las fechorías del hombre blanco desde siglos atrás. Y ahí le va el oficio y el honor al pobre de Val Kilmer.

¿Cuál es el problema? Esto es África, muchachos. Es decir, la cinta descansa en el topicazo (increíble el safari inicial a lomos del ferrocarril) para elaborar una historia que gravite en torno a la peligrosidad que tiene para los hombres un animal tan salvaje como el león. No se trata aquí de retratar al león de a pie, no. Aquí son mega-leones, auténticos monstruos de la naturaleza que matan y comen por placer, no por hambre. Ello provocará el terror entre los habitantes del poblado, con la consiguiente demora en el trabajo del ingeniero, teniendo que encargarse éste, escopeta en mano, de resolver los problemas de seguridad de sus trabajadores.

En fin, historia a medio camino entre el terror y la aventura que ostenta como carta de presentación una factura técnica más que decente. Promete bastante al inicio, creando una atmósfera creíble a partir de la cual poder explicitar la acción (o el terror). No obstante, falla precisamente ahí. Una vez entra en escena el productor ejecutivo de la cinta, sí Michael Douglas, todo se viene abajo. La tensión existente al inicio comienza a esfumarse, la rutina de la que les imposible evadirse a Stephen Hopkins se apodera de la pantalla, y la caza acaba por convertirse en monotonía.

Irregular cinta que entretiene a ratos y que no acaba por definirse dentro del género de terror con animales (o derivados) de por medio. Esto es, no es una joya como ‘Jaws’ (1974) o ‘Jurassic park’ (1993), pero tampoco es tan cutre como ‘Anaconda’ (1997) o ‘Mandíbulas’ (1999). Un año después de su estreno, apareció un producto similar pero con un punto más de nivel: ‘The edge’ (1997).

5.5/10 

‘The full monty’. Una sonrisa en medio del drama.

Peter Cattaneo, juntamente con Simon Beaufoy, sorprendía a propios y extraños allá por el 97 con esta joya cómica que rezumaba ingenio y sarcasmo en grandes dosis para construir una crítica muy peculiar acerca del paro laboral vivido en la década de los 90 en Inglaterra, particularmente en la ciudad de Sheffield, cuna del acero en la época dorada de la industrialización.

Seis parados, todos hombres y antiguos trabajadores del acero, decidirán, con el fin de esquivar el drama social que se les sobreviene (pérdida de tutela sobre hijos, embargos, divorcios y demás), montar un show de striptease (Hot metal) para sacar algunas libras que les salven de los apuros económicos y sociales en los que han quedado anclados.

La comicidad es natural. A uno le parece graciosa la idea, porque lo es. Pero hay maneras y maneras de plasmar tan sencillo despropósito en la pequeña pantalla, y lo cierto es que Cattaneo, en compañía de unas memorables interpretaciones (mención especial para Carlyle y Wilkinson), lo borda, brindándonos más de una, y de dos, escenas imperecederas (la cola de espera en la oficina de empleo como paradigma), así como ciertos tambaleos personales de tinte cómico (por ejemplo, la barriga cervecera de Mark Addy), al perfilar a los distintos personajes, ante tan rocambolesca propuesta.

Con todo, ‘Full Monty’ es una bonita manera de ponerle una sonrisa amable al drama en el que vive la clase obrera británica ante la desorientación provocada por el advenimiento de esa cosa llamada «sociedad postindustrial». Sutil y sarcástica forma de poner el dedo en la llaga. Un clásico.

8/10