‘El crimen del padre Amaro’. Valiente pero irregular.

crimen-del-padre-amaro-el-movie-poster-2002-1020203610El film que aquí nos ocupa tuvo en su día un muy buen recorrido, tanto comercial como de crítica. Fueron días de esplendor para el cine mexicano, estrenando ‘Amores perros’ (2000), ‘Y tu mama también’ (2001) y ‘El crimen del padre Amaro’ (2002) de manera consecutiva. Ésta última, de hecho, consiguió estar nominada en la categoría de mejor película de habla no inglesa en los certámenes más importantes de la industria cinematográfica, es decir en los Globos de Oro y los Oscar. 

Las tres tienen en común, curioso, la presencia del actor más importante que ha dado el país azteca en los últimos lustros: Gael García Bernal. Aquí se viste de sacerdote y soporta el peso principal del film, poniendo en tela de juicio el tema del voto de castidad dentro de la Iglesia Católica, combinándolo con asuntos de candente actualidad en México como son la relación existente entre la Iglesia y el narcotráfico y la guerrilla revolucionaria.

Todo un amalgama de situaciones que, en el fondo, quedan supeditadas a un romance imposible de sobrecogedor desenlace. La valentía demostrada al poner el dedo en la llaga en cuestiones de interés social se difumina al haber pecado esta narración de ambiciosa. Abarca más de lo que puede ofrecer, dando lugar a una historia desequilibrada e irregular. En cualquier caso, estamos ante una película correcta que ni defrauda ni entusiasma.

6.5/10

‘Dogma’. Teología de cafetería.

La Existencia está a punto de saltar por los aires por un error burocrático/eclesiástico producido en una iglesia de New Jersey. ¿Por qué? Pues porque Affleck y Damon fueron dos ángeles vengadores renegados a los que Dios condenó a vagabundear por Wisconsin (qué putada), y que ahora han visto el filón con la errata de esa iglesia para cruzar su puerta y ser perdonados de todo pecado, vulnerando los principios de Dios, rompiendo las reglas del juego, y por tanto, reventando la existencia de Dios, y por ende, de Lucifer. Como un buitre carroñero está también Azrael, renegado por Dios al infierno, esperando volver al paraíso, por lo que ayudará a Affleck y Damon. En el equipo contrario están los ayudantes de Dios (no sabemos si es mujer, negro, abstracto, blanco), es decir, la última descendiente de Jesucristo, Linda Fiorentino, dos piraos que solo piensan en el sexo, Jay y Bob, y un apostol negro jodido, Chris Rock, porque, en su día, se le ninguneó, dejándolo fuera de la Biblia por negrata.

Esa es la desternillante trama de la película. Una película divertida, con un humor peculiar que trata un tema muy delicado, como es el de la religión, desde una perspectiva cargada de sarcasmo e ironía. El guión (lleno de guiños cinéfilos) no puede negarse que está escrito por Kevin Smith, un fenómeno, por aquel entonces, en estado de gracia. Es, junto a ‘Así en el cielo como en la tierra’, con lo que más me he reído tratando el tema. Teología de cafeta, seguro que con un Smith bebiendo cerveza y fumando pitis, pensando en las locuras (un Dios ludópata, por ejemplo) que plasmar sobre el papel, y la pantalla. A más de un dinosaurio eclesiástico no habrá gustado, de eso se trataba, pues esconde, detrá de tanto humor ingenioso, y también grotesco, una crítica mordaz al papel de la Iglesia en nuestras vidas. Buena.

‘Amen’. Un relato de la sinrazón.

El film fue estrenado en el año 2002, siendo una de las últimas obras del realizador Constantin Costa-Gavras.  Una vez más, Gavras deja patente en otra de sus películas su labor de denuncia social e histórica.

En ésta película, Gavras nos introduce en el contexto histórico del nazismo. Más en concreto, relata la relación existente entre la Iglesia católica y el régimen nazi. Los dos personajes de los que se sirve el realizador para introducirnos en la situación son Kurt Gerstein, un oficial de la SS encargado de suministrar el gas letal a los campos de exterminio nazi, y Ricardo Fontana, un joven jesuita hijo de uno de los más fieles ayudantes del Papa.

A través de ellos dos, Gavras nos muestra dos procesos distintos. Por un lado, mediante el personaje de Gerstein, el realizador nos transmite el horror de la barbarie nazi. Es difícil imaginar un miembro de la SS con tan gran solidaridad como Gerstein, sin embargo su actuación nos parece real y nos hace sentir. A pesar de que Amén no sea un film que destaque por sus escenas explícitas en lo referente al aniquilamiento de millones de humanos en éstos campos de exterminio, si es cierto que el rostro perplejo e impregnado de dolor que se le queda a Gerstein cuando mira a través de la mirilla, es el mismo rostro que se me queda a mí. No es necesario nada más para reflejar el grado de locura y extremismo al que llegaron los nazis. La simple cara de conmoción de un oficial de la SS como Gerstein tras haber visto dicha atrocidad es suficiente. Un químico como él, que en ningún momento pensaba destinar su gas a dicho fin, llega incluso a arriesgar su vida y su rango a lo largo de la película para luchar por aplazar el aniquilamiento de numerosos judíos, lanzándose a una búsqueda por la salvación de millones de personas a los que el régimen nazi había puesto en su punto de mira.

Gerstein cree que la humanidad debe conocer dicha crimen, y encuentra el apoyo fundamental para la búsqueda de dicha salvación en el otro personaje principal, Ricardo Fontana. Fontana se lanza a una cruzada, junto con Gerstein, para hacer llegar al Papa los hechos acaecidos en los campos de exterminio nazis. Sin embargo, su lucha es en vano. Incluso cuando consigue acercarse al Papa y le explica la situación, sus plegarias caen en saco roto.

De nada puede servir que un joven como él se ponga la estrella de David en solidaridad con el pueblo judío en medio del Vaticano. La Iglesia católica, debía pensar el Papa, tenía que mirar por sus propios intereses y no centrarse tanto en los crímenes y castigos que los nazis estaban imponiendo a la humanidad a no muchos kilómetros de distancia del Vaticano.

La historia así lo refleja, puesto que exceptuando pequeñas y esporádicas acciones contrarias a los horrores infligidos por los nacionalsocialistas, vemos como la Iglesia católica simplemente buscó salvaguardar sus intereses y entabló una complicidad con el régimen hitleriano.

Las denuncias por parte de católicos en contra de las detenciones y persecuciones nazis, en contra de la eutanasia y el asesinato de inválidos y enfermos incurables, como nos refleja el film, no fueron hechos que se puedan englobar en el colectivo de la Iglesia católica. Además, sus actuaciones en la mayoría de las ocasiones fueron encaminadas hacia el plano espiritual, nunca hacia la iniciativa política contrario al régimen del terror establecido por Hitler en Europa durante aquellos grises años.

El objetivo primordial católico siempre se basó en salvaguardar su status y la autonomía de sus iglesias. Es más, dicho objetivo se intentó consagrar a través del Concordato de 1933, en el que ambas partes se comprometieron a un acuerdo. Un acuerdo centrado en que el régimen nazi se encargaría de respetar la conservación de las estructuras eclesiásticas y su influencia en el contexto social de la época a cambio de que la Iglesia católica aportara su autoridad moral a dicho régimen. Tampoco hay que olvidar que tanto la Iglesia católica como el NSDAP compartían a su vez un objetivo común, el cual no era otro que la manutención de su cruzada frente al antibolchevismo imperante en aquel entonces.

Por todos éstos motivos, Gavras nos muestra en las escenas finales el sentimiento de impotencia y dolor que sienten tanto Gerstein como Fontana, pues mientras ellos están consternados como sabedores que son de la gravedad y brutalidad de la situación, los representantes de la Iglesia católica simplemente disfrutan encerrados entre sus lujos y manjares en sus palacetes del Vaticano a sabiendas de lo que ocurre en la vieja Europa y a sabiendas incluso de lo que ocurre en la propia Roma, la cual es perseguida por la sinrazón y la locura nazi.

Ante estos hechos, la magnitud de la sensación de impotencia provocada por la actitud puramente pasiva de la Iglesia es tal que Gerstein y Fontana ya no pueden hacer otra cosa que entregar su vida. Una vida que, para ellos, ha dejado de tener sentido.

8.5 /10

‘Doubt’. Recital interpretativo.

Corre el año 1964. Ha pasado un año desde el asesinato de Kennedy. En el mundo occidental hay una cierta sensación de que las cosas están cambiando, avanzando para mejor, dejando atrás la visión de una vida conservadora y estricta. No en vano, estamos cerca del Mayo del 68. En este contexto se sitúa La Duda. La historia transcurre en la escuela católica St. Nicholas, en el barrio neoyorquino del Bronx.  También allí dentro parece que los tiempos están cambiando como cantaba Bob Dylan ese mismo año. Sin embargo, hay alguien que se resiste a acceder a esos nuevos cambios. Ella es la hermana Aloysius Beauvier, interpretada magistralmente por Meryl Streep, directora de la escuela. Es una mujer estricta, dura, con mano de hierro, intolerante y fría. Una mujer que se siente atacada tras la llegada de un nuevo sacerdote a la parroquia, el padre Flynn, interpretado también maravillosamente por Phillip Seymour Hoffman. El padre Flynn representa la llegada de aire fresco. Un sacerdote carismático, un sacerdote que parece agradar a los feligreses. Un hombre con atípicos sermones. Un hombre que, vaya horror, escribe con bolígrafo y se permite cantar hasta canciones no religiosas en Navidad. Un hombre preocupado por sus alumnos, atento, cercano. Un hombre nada parecido a la dura directora de la escuela.

Tras la presentación de este contraste de caracteres, de este contraste de épocas, de este contraste de maneras de entender la vida, aparece en escena la hermana James, interpretada grandiosamente, como no, por Amy Adams. Una inocente joven, también profesora en la escuela, que da la voz de alarma. Según ella, uno de sus alumnos, Donald, el primer muchacho negro en la historia de la escuela, muestra señales de sufrir un acoso por parte del padre Flynn, quién mima y atiende cálidamente al joven muchacho. Una simple llamada al despacho del sacerdote. Una simple mala cara en medio de una clase. Una toalla en una taquilla. Suficientes motivos, cree pensar la hermana James, para dar la voz de alarma a su superiora. Ésta, esperando su oportunidad, se lanza ferozmente contra el sacerdote. Abre una campaña en su contra en la que todo vale. Mentiras, calumnias, manipulaciones. Nadie sabe con certeza qué ocurrio. Simplemente ella tiene la seguridad (o quiere tenerla) de que el padre Flynn es un pederasta que ha abusado de un alumno y, por tanto,el fin justifica los medios.

En medio de éste ataque feroz, entra en escena un personaje importantísimo para entender la historia, la madre de Donald, interpretada (otra vez) magistralmente por Viola Davis. Una mujer que confiesa el detalle principal. La homosexualidad de su hijo. Las vejaciones que el chico ha sufrido por parte de su padre. La desgraciada vida que ha llevado el chico hasta ahora. A ella no le preocupa si su hijo sufre abusos por parte del sacerdote, simplemente es, quizás, la única persona que se ha preocupado por él, que es humana con el muchacho, quizás porque él también tuvo una infancia similar.

La duda es una película de actores. Unos actores de la talla de Meryl Streep, Seymour Hoffman, Amy Adams y Viola Davis. Todos perfectos en sus interpretaciones. Unos actores que nos mantienen en vilo, en tensión, unos actores a los que no les hace falta nada más que un buen guión con unos diálogos extraordinarios. Pues La Duda no es más que eso, una gran película basada en sus actores y sus diálogos.

No es un film de intriga que espera hasta el momento final para demostrarle al espectador lo que realmente ocurrió. Para despejarle la ‘duda’. Simplemente deja una lectura abierta. Pero por encima de ello, deja una reflexión acerca de los caracteres de las personas. De su manera de entender la vida. ¿Es suficiente motivo, para creer que el sacerdote ha abusado del alumno, el tener una postura humana y un trato cálido y calmo?, ¿Siendo duros, rígidos e intolerantes estamos libres de pecado?. Una reflexión de lo rancio que, aún hoy, saben los métodos eclesiásticos. Una reflexión acerca de que los tiempos en la Iglesia están cambiando, o quizás no tanto.

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