Estamos aquí ante el broche idóneo para esta miniserie británica. El carcomido esqueleto del cuerpo policial de Yorkshire había sido radiografiado con astucia, ingenio y pericia por parte de Tony Grisoni, adentrándonos en un universo de sanguinario método, donde las libertades y derechos de los habitantes de tan desamparada zona quedaban delimitadas conforme a los turbulentos negocios y las redes de corrupción allí establecidas.
El año 1983 nos sirve la entrega más impactante de todas. Tiene un efectismo necesario, propio de ser la parte resolutiva de la pequeña saga. Si en los dos volúmenes anteriores, uno quedaba anonadado por lo presenciado, aquí el espectador ya consigue respirar con mayor frescura al presenciar como un abogado panzudo y abandonado decide desentrañar los misterios del Lobo, recibiendo, a su vez, con optimismo la redención de Maurice Jobson, un agente de la ley atormentado por el mal hecho.
«Se está haciendo realidad: narcóticos controlados, fuera de las calles. De las vidrieras a nuestros bolsillos. Todo el Norte de Inglaterra… las chicas, los negocios, las revistas, toda la maldita cosa. Tenemos una oportunidad aquí. Una oportunidad para invertir el dinero de nuestra pequeña empresa y volverlo algo incluso más grande. Algo grandioso (…) ¡Por el Norte! ¡Donde hacemos lo que queremos!«.
«Aquí está uno que escapó y vivió para contarlo, del Karachi Social Club y el Hotel Griffin, Wakefield Nick y St. Mary’s Hostel. Autopistas y estacionamientos, parques y baños, ricos ociosos y desempleados. Ya que mierda venden, y mierda compramos. De chicos sin madres y madres sin chicos. De toda la carne muerta y de mis amigos muertos, bares y clubes, de cunetas y estrellas, informaciones locales y escombreras. De tejones y búhos, de lobos y cisnes. Aquí está un hijo de Yorkshire. Aquí está uno que escapó. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete… Todos los niños buenos van al cielo».
En definitiva, el cierre oportuno con el que dar la última pincelada a un paisaje tan escabroso, hiriente, nauseabundo.
8/10